29 de septiembre de 2011

Casual encuentro






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-¿Entonces eso te dedicaste a hacer todo el día?-inquirió la voz de la mujer, sentada frente a su pareja en el elegante restaurante al que habían decidido ir. Caminando por la calle, les había llamado la atención la dulce música que emanaba del interior del local, traspasando las ventanas, así como los aromas hipnotizantes que surgían por la puerta ligeramente entreabierta. Ahora, sentados el uno frente al otro debajo de un candelabro, charlaban apaciblemente, al mismo tiempo que comían una deliciosa cena.

-Así es-contestó él con una enorme sonrisa, limpiándose los rosados labios con la servilleta de lino que tenía apostada en el regazo-Es sorprendente, ¿No lo crees? Digo, a ellos les parece tan tremendamente difícil y yo lo hice en un abrir y cerrar de ojos-

-Bueno, Bry... ¿Qué se puede esperar de ti? Eres... perfecto-repuso la dama de ojos azules y nariz respingada, bajando la mirada; un tanto abochornada por el comentario: no era de las que solían hacer cumplidos.

-Gracias...-replicó él tímidamente también, sintiendo un cálido rubor subir hasta sus mejillas-Y, por cierto, sabes que me encanta cuando me llamas Bry...-

-¿Tú crees que lo hago gratuitamente?-sonrieron los labios carnosos con complicidad, transformándose en una mueca jubilosa.

-Claro que no-suspiró el hombre frente a ella, extendiendo su mano para tomar los delicados dedos como de porcelana de la chica, la cual se sobresaltó en cuanto él la tocó, sintiendo un impulso eléctrico que recorría cada rincón de su cuerpo.

-Bry... estaba pensando...-

-Pasen por aquí, por favor-interrumpió una voz a la mujer, la voz de un hombre, el cual guiaba a un grupo de desordenadas personas tras de sí.

-Fabiho, ¿Podrías ayudarme, por favor?-le pidió una chica a un hombre alto, de espalda ancha y brazos fornidos, el cual venía caminando detrás de ella.

-Siempre que lo necesites, preciosa-aprovechó él para coquetearle a la rubia que traía enfrente, bambolenado sus redondas caderas ante la mirada lujuriosa de él, quien no perdía ni la más mínima oportunidad para acercársele tanto como le fuese posible.

-Por favor...-suplicó ella en tono cansado, no precisamente de humor para los ataques del mejor amigo de Georg Listing.

-Claro, Natalie-contestó éste ya con mayor formalidad, dándose cuenta de que, en vez de acercarse a cumplir su objetivo, lo único que Fabiho estaba haciendo era fastidiar a la mujer, la cual, al borde del colapso, parecía que se derrumbaría de un momento al otro debido a tanta tensión-¿Quieres que lo siente en el centro de la mesa?-

-Sí, por favor; y guárdenme un asiento junto a él. Al otro lado que se siente Tom, yo voy al tocador un momento-repuso la delgada rubia, desembarazándose del abrazo de su mejor amigo, al cual traía casi cargando sobre su costado. Una vez que lo vio seguro en manos de Fabiho, echó a andar por uno de los corredores hacia los tocadores de damas, en busca de un segundo de paz.

-¿A dónde va Nattie?-inquirió Bill como un niño pequeño, abrazándosele a Fabiho como pulpo tan pronto éste lo hubo tomado entre sus brazos para ayudarlo a sentarse.

-A orinar-contestó el interpelado con toda franqueza-O eso supongo-

-Ah, está divino-repuso el chico de cabello negro sin mayor turbación, dejándose conducir hasta su asiento, rodeado por sus demás amigos quienes, entretenidos por la salida, no dejaban de parlotear entre ellos.

-¿Quieren comenzar a ordenar de una vez, señor?-le preguntó un mesero al mayor de los hermanos Kaulitz, el último en la procesión. Un poco despistado, a Thomas le tomó cierto tiempo responder.

-Este... sí-balbuceó con dificultad, oteando entre las diferentes pantallas de su holocomunicador para ver si no había recibido ningún mensaje de la que no sabía si aún era su novia: Annya Nikova-Comience a tomarle la orden a los señores, mi hermano y yo pediremos al último-

-Como usted desee, señor-contestó el servicial hombre, antes de presionar una serie de comandos en el tablero electrónico de su holocomunicador de servicio, el cual le transmitía a los comensales los menús del restaurante con descripciones detalladas de cada platillo. Una vez que hubo llegado a sus respectivos holocomunicadores la notificación del menú, cada uno de los comensales de la mesa de los Tokio comenzaron a tomar asiento lentamente, perdidos viendo imágenes en tres dimensiones de los platillos que el elegante restaurante ofrecía.

-¿Cómo siguen las cosas?-le preguntó Natalie a Tom, unos minutos después, una vez que hubo regresado a la mesa.

-Bien: está comiendo-informó el hermano mayor de Bill, el cual, a su lado, ingería calmadamente lo que parecía una sustanciosa sopa.

-Excelente-replicó la dama, sentándose al otro lado del hermano gemelo de Thomas-¿Tú ya ordenaste?-

-No tengo demasiada hambre...-repuso el interpelado, bajando la mirada. Tan pronto como hubo terminado de hablar, la mirada de la estilista de Bill se le quedó clavada encima, con un aire implícito de reproche.

-Thomas...-

-Me tomé la libertad de ordenar por ti-la interrumpió él, viendo si así salía del paso. Aún así, no lo consiguió, pues la chica no le quitaba la mirada de encima.

-No voy a probar bocado si no comes-lo amenazó, apuntándolo con su tenedor-Comienza de bulímico otra vez y verás...-

-Está bien, ya... estoy comiendo-replicó él, avergonzado ante el comentario, tomando rápidamente del plato de ella un pequeño bocado-¿Ves? Alimento-

-Más te vale...-repuso la rubia, fijando su mirada de vuelta en su plato, dejándolo a él con el comentario que recién le había hecho. Le dolía decírselo, era cierto, pero sólo así lograba que comiera; aterrada por su salud, temía que volviera a caer en el desorden del que había sido presa apenas un mes atrás.

Lentamente, la cena fue transcurriendo entre los comensales que se encontraban a la mesa, los cuales charlaban animadamente. Bill, aún en su estado letárgico, únicamente se reía de manera ocasional, siempre con la misma expresión perdida que no se le quitaba por nada, y raramente llegaba a hacer un comentario al respecto de algún tema del que se estuviera hablando. Entretenidos, sus amigos únicamente lo miraban atentamente entre plática y plática, esperando a que en algún momento llegara a reaccionar. Una vez que todos terminaron de cenar y la sobremesa acabó, decidieron irse a casa, pues al día siguiente tenían que salir cada uno a trabajar.

-Vámonos ya-pidió Phoebe, tomando un sorbo del poco café que quedaba en su taza-La verdad, ya estoy hasta el tope de cansancio...-

-Coincido con mi mujer-se sumó Gustav, mientras discretamente por debajo del mantel presionaba la mano de su novia con un aire muy poco inocente del que ella pronto se dio cuenta-Salgamos de aquí-

Fue así como, uno a uno, los chicos de la banda Tokio Hotel así como sus respectivos acompañantes fueron abandonando poco a poco la mesa, mientras Tom pagaba la cuenta y Natalie impartía instrucciones a Fabiho y Georg para que le ayudaran a llevar a Bill de vuelta a alguno de los deslizadores. El susodicho, aunque ya se encontraba más repuesto que a su llegada al establecimiento, seguía en un estado de letargo. Torpemente, trastabillaba por el pasillo central del lujoso restaurante.

-Es increíble: ya lo verás cuando te lo muestre. ¡Todos esos pisos! Estas criaturas de verdad son feroces cuando se dedican a construir cosas-explicaba un hombre a la mujer que traía junto a él, ambos caminando en dirección a la salida del lugar, cuando se toparon con el vocalista de una de los grupos musicales más aclamados de los últimos tiempos.

-Disculpe, señorita-balbuceó Bill torpemente, al sentir que había chocado con la mujer que venía caminando con su acompañante.

-No hay cuidado-respondió ella cordialmente, sin haber perdido el equilibrio en lo más mínimo. Aturdido, él levantó la mirada, buscando el rostro de la dama a la que sin querer había empujado y, cuando lo hizo, quedó maravillado.

De pié, frente a él en medio de toda las personas en el restaurante, se encontraba ella otra vez. Cambiada de ropa, con un hermoso vestido largo de seda azul celeste, el cual no se veía ni tan formal ni tan informal, sonriente y con una pequeña carterita negra entre sus dedos, la reconoció de inmediato.

-Alice...-balbuceó él débilmente.

-Hola-respondió ella, hablando claramente con aquella voz suya, tan melodiosa-Con permiso-

Y así, sin una palabra más de parte de ninguno de los dos, se apartó de él, caminando seguida por un hombre al cual él no pudo verle el rostro, desapareció de súbito, igual que cuando había llegado a su vida.

-Alice...-repitió el hombre, pasmado, observando a la susodicha.


28 de septiembre de 2011

Dulce fiebre






-¿Cómo está?-preguntó la mujer tan pronto como hubo entrado por la puerta principal, la misma que daba del recibidor del departamento a la sala del mismo. Agitada, apenas y podía creer lo que le habían dicho por el teléfono.

-¿Tú cómo lo ves?-inquirió su hermano, sentado al lado del enfermo.

-Delirante-contestó la misma, aproximándose a ambos hasta que finalmente pudo sentarse del otro lado del sofá, cercana a los pies del hombre que languidecía sobre él, riéndose para sí mismo-Hallo, Billy-boy-

-Pudín...-murmuró este, antes de echarse una buena carcajada a causa de la incoherencia que había dicho. Con la mirada desenfocada y los párpados entrecerrados, era difícil saber si no se encontraba más bien en un estado semi-comatoso que fascinado.

-Vaya...-musitó la chica a sus pies en respuesta, observando bastante sorprendida al susodicho-Quién lo diría... ¿Alguien ya sabe quién es ella?-

-Eso es lo más chistoso-se rió el hermano mayor-No tiene ni la menor idea de quién se trata. Únicamente conoce su nombre, y no para de repetirlo. Es...-

-Alice Project...-suspiró el cantante, antes de echarse a reír como si hubiese contado una agradable broma-¿Acaso no es encantador? Muy simple, tal vez, diría yo... pero bueno, ¿Quién me creo para nombrar la perfección?-

Atónita, la mujer no podía dar crédito a lo que veían sus ojos. Enfundada en un ligero abriguito de color canela con botines que hacían juego, lo miraba sin palabras, apostada en el borde del asiento de cuero, tomándolo de sus larguiruchos y blancos pies.

-Increíble...-

-Lo mismo digo yo-repuso el pelinegro del otro lado del sofá, el hombre de las trenzas-Nunca había sentido algo parecido-

-Dices que te llegó cuando estabas...-

-Eso fue lo más incómodo del caso-se rió él, sintiéndose genuinamente avergonzado por muy difícil que esto pudiera parecer-Dejé a Annya... bueno, dudo que quiera verme pronto-

-Ya se le pasará-repuso ella, restándole importancia al asunto. La verdad, prefería que Tom no se reconciliara con su dichosa noviecita: la consideraba una pésima influencia para él-¿Seguros que no está narcotizado o algo así?-

-Completa y definitivamente-contestó el hombre, cambiando de tema sin darse cuenta-Responde como si nada. Sólo que no quiere ni probar bocado de tan embobado que está-

-Mmm... ya veremos, ¿Tienes idea de cuántas horas lleva sin comer?-inquirió la mejor amiga del pelinegro tendido en el sofá, angustiada por él.

-Yo lo vi probar bocado en la mañana y, de ahí no sé nada porque...-

-Las explicaciones sobran-lo interrumpió con sutileza y, aún así, tajante: le molestaba que lo pusiera por debajo de sus demás prioridades siendo que, para el vocalista de Tokio Hotel, su gemelo era más importante que su vida misma-Vamos a llevarlo a que coma algo-

-No tenemos ni una migaja en la casa...-rió él con ironía, dándose cuenta de que llevaba tanto tiempo alejado de su hogar que no tenía ni idea de si aún tenían cocina por lo menos.

-Vámonos a un restaurante, háblale a los demás y de paso diles a Hagen y a Fabiho que me vengan a ayudar con él para subirlo a uno de los aerodeslizadores-ordenó ella, estirándose a lo largo de la silueta del chico que no dejaba de suspirar para tomarlo con suavidad por sus mejillas.

-¿Quieres que Phoebe avise a VSD que vamos a salir?-sugirió Tom, poniéndose de pié en silencio.

-Es lo mejor, por si llega a suceder algo-consintió Natalie, repasando con sus dedos las facciones de Bill-Y vámonos ya antes de que este niño se desmaye o algo así-

-¿Nat?-inquirió una voz, una que ya llevaba largo rato sin interponerse impertinentemente dentro de la conversación.

-¿Qué pasa, cielo?-repuso ella con total naturalidad, acariciando su rostro.

-¿A dónde me piensas llevar?-quiso saber el chico quien, a pesar de no estar muy consciente de todo lo que ocurría a su alrededor, bien escuchaba lo que se decía de él.

-A cenar, corazón-contestó la mujer, comenzando a levantarlo del asiento en el que se encontraba postrado-Necesitas comer algo-


26 de septiembre de 2011

Éxtasis







Sentado en el sofá de la sala de su hogar, el hombre apenas y podía parpadear a causa de la fascinación que sentía. No entendía claramente cómo había logrado volver de aquél sitio, aquél maravilloso sitio, si durante todo el trayecto le pareció que no veía otra cosa que colores brillantes destellando por todas partes. Finalmente, había alcanzado el edificio, metiendo el aerodeslizador al garaje, antes de subir por el ascensor hasta su residencia, el pent-house que compartía con su hermano mayor. Apostado en un sofá de tapicería negra, se dedicaba a suspirar, perdido en la imagen de la mujer, la cual repetía una y otra vez dentro de su mente. 

Mientras tanto, por diferentes puntos de la ciudad, cuatro aerodeslizadores de diferentes modelos y colores se movían como bólidos entre la multitud, con la señal de alerta encendida para que otros autos los dejaran pasar. Moviéndose entre el tráfico, volanteaban violentamente cada cinco segundos, girando entre calles y avenidas distintas, buscando atajos para alcanzar de manera más rápida el edificio en el que habitaban los gemelos Kaulitz. Ansiosos, los seis iban mentalmente preparados para lo peor. Después de todo, lo veían venir de tiempo atrás: él ya no era el mismo.

Sumido constantemente en una depresión que difícilmente lo dejaba respirar, se encontraba siempre decaído, sonreía con dificultad y pocas cosas le causaban fascinación o encanto. Había dejado de ver películas hacía mucho, argumentando que las temáticas actuales se encontraban ya demasiado trilladas para él; de igual manera, se había despegado de la música, la cual únicamente escuchaba cuando se trataba de su propia banda, como cuando tenían que ir a grabar al estudio o revisar juntos algún single

A diferencia de hacía unos años, tampoco le gustaba leer ya y difícilmente salía si no era con su grupo de amigos y por cortos periodos de tiempo. Antes de que Tom saliese con Annya Nikova, pasaba todo el tiempo con él, pegado como su sombra, buscando para ambos cientos de actividades con tal de mantenerse siempre ocupado. Ahora que su hermano lo había abandonado también, no le quedaba de otra que ir y encerrarse en su hogar, a menos que sus amistades fuesen muy insistentes y, a base de ruegos y súplicas, lo invitaran a salir.

Conscientes de esto, los seis jóvenes, sumados a la mejor amiga de Bill, Natalie, hacían hasta lo imposible por levantarle el ánimo, buscando cualquier clase de actividades que pudiesen hacer juntos. Intentaban pasar con él todo el tiempo que podían obsequiarle, siempre comportándose de manera cordial y jubilosa con él, mas sabían que no era suficiente: no podían darle lo que él quería, lo que llevaba largo tiempo buscando y parecía encontrar cada día menos. 

En un intento de aligerarle la carga de buscarla, le presentaban a decenas de chicas que pensaban podían ser la indicada para él, aún así, pronto se daban cuenta de que la mayoría de ellas accedía a salir con él por su fama, su dinero o bien, porque pensaban que él era un ser extremadamente sexual y lo único que buscaban era tenerlo en sus camas por una noche. Desilusionado, el vocalista de Tokio Hotel abandonaba la escena tan pronto se daba cuenta de todo esto, sumido siempre en un mar de lágrimas al darse cuenta de lo difícil que resultaba para alguien como él encontrar una pareja.

Ahora, alarmados, los seis muchachos volaban a casa, sabiendo mentalmente lo que encontrarían pero esperando no hallarlo. Mentalmente, Tom era el que más exaltado se encontraba, pues era consciente de lo mucho que se había alejado de su hermano en los últimos meses y temía que éste mismo factor hubiese orillado a Bill a cometer estupideces. Una vez que llegaron al edificio, los jóvenes saltaron de sus respectivos aerodeslizadores, encontrádose en la diminuta plaza del edificio, la cual se encontraba frente a su entrada principal.

-¿Sentiste...?-

-No, fue algo muy extraño-le contestó el mayor de los hermanos Kaulitz al que llevaba siendo su amigo desde la infancia-Precisamente por eso me alarmé-

-¿Subimos todos?-inquirió Hagen, listo para actuar.

-No-repuso Klaus, al ver que su novia se encontraba tan alarmada. Si llegaban a ver una escena desagradable... bueno, prefería que Phoebe no estuviese ahí. 

-Estoy de acuerdo-repuso Andreas, pensando igual que Klaus-Creo que Tom y yo deberíamos ir primero-

-Si están haciendo todo este teatro por mí, olvídenlo-les advirtió la hermana menor de Andreas a los cinco hombres que tenía frente a sí-No me pienso quedar aquí como idiota esperando noticias: voy a subir-

-Phoebs, no creo que sea muy buena idea...-replicó Tom, rascándose la nuca-No te ofendas, es sólo que... bueno, si encontramos...-

-¿Y crees que tú vas a poder resistirlo, Kaulitz? Recuerda que es tu hermano menor-se interpuso Fabiho, quien hasta el momento había permanecido callado-Yo opino que deberíamos subir Hagen y yo. Klaus, quédate con Phoebe y los demás-

-¡Para nada!-gritó la novia de Gustav-¡O subimos todos o no sube nadie!-

Conformes con aquél veredicto, los seis amigos se miraron los unos a los otros, armándose de valor antes de avanzar al mismo paso hacia la puerta de cristal del magno complejo en el que habitaban los Kaulitz. Una  vez ahí dentro, se metieron juntos en el ascensor, siendo muy cuidadosos de no llamar la atención pues, si encontraban lo que pensaban, se iba a armar todo un escándalo ya sin necesidad de alertar a los demás residentes del edificio.

Piso por piso, su ansiedad iba creciendo, desarrollándose a pasos agigantados, hasta que, finalmente, el timbre del ascensor indicó la llegada al nivel de pent-house. Nervioso, Tom presionó su pulgar contra la pantalla táctil de reconocimiento que le permitía la entrada a su hogar. Inmediatamente, las pesadas puertas metálicas chasquearon, abriéndose poco a poco. Presas del miedo, los amigos se tomaron de las manos en silencio, avanzando cuidadosamente, un paso a la vez, temerosos ante lo que habrían de encontrar. Apenas llegar a la sala lo hallaron, tendido en el sofá con los ojos cerrados. Alarmado, su hermano mayor se echó a correr hacia él, viendo si aún lo encontraba con vida. Detrás de ambos, su grupo de amigos los observaba en silencio, sabiendo que habían llegado muy tarde y nada se podía ya hacer.

-¡Bill! ¡Bill!-gritaba el hijo primogénito de Simone Kaulitz-¡Carajo, viejo! ¡Despierta! ¡No me hagas esto!-

-¿Despertar de dónde?-enunció dulcemente el interpelado, de lo más tranquilo.

-¿Estás...? ¿Estás...?-

-Recostado-contestó éste, sin abrir en absoluto los ojos.

-Yo... ¡sentí algo! ¡Pensé que te había pasado algo! ¡Me llegó un pensamiento, de una mujer y luego una sensación muy rara! ¡Pensé que algo te había sucedido!-le gritaba Thomas a su hermano menor, sacudiéndolo por la playera.

-Claro que me sucedió algo-respondió Bill con completa calma.

-¿Qué?-le exigió saber su gemelo, el cual aún no comprendía el estado letárgico de su hermano menor.

-Conocí a alguien-expresó Bill tiernamente, suspirando de último.

-¿Alguien?-se interpuso Phoebe, sumándose a la conversación-¿A quién?-

-A una mujer-sonrió el hombre que se encontraba aún tendido en el sofá-Y es... divina-

-Espera un momento-replicó Fabiho, aproximándose al sofá-¿Tú estás...?-

-Enamorado-suspiró Bill, sus mejillas suavemente coloreadas cuando lo dijo-Así es-

-No, no puede ser...-exclamó Tom, soltando a su hermano, mientras retrocedía como asqueado. Mientras, Fabiho ocupaba su lugar al lado del lánguido Bill, quien parecía indispuesto a moverse.

Cuidadosamente, el mejor amigo de Georg tomó entre sus manos los hombros de Bill, los cuales sujetó hasta que logró sentarlo a medias. Después, lo soltó de improviso, dejándolo caer de vuelta al asiento del sillón con un golpe seco.

-Sí, definitivamente-concluyó Fabiho-Está enamorado-

Apenas había dicho la palabra, Bill soltó un profundo suspiro, que dejó entre helados y entretenidos a todos los presentes.


23 de septiembre de 2011

Angustia colectiva



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Nervioso, no dejaba de mirar el indicador del elevador, el cual parecía jamás terminar de llegar a su piso. Por un momento, la alocada idea de bajarse por las escaleras de emergencia lo asaltó; sin embargo, al darse cuenta de que se encontraba en el nivel de pent.house, el más alto de todos, admitió que le sería imposible llegar tan rápido como él tenía pensado. Para cuando lo notó, un sonido musical emanó de entre las dos puertas de metal corredizas, las cuales se iban abriendo poco a poco, hasta que dejaron entre sí una abertura suficientemente grande como para que él se colara dentro de ella. En el cubículo, presionó el botón enmarcado con el grabado que se leía "Estacionamiento". 

-¡Thomas!-le gritó la voz una vez más, esta vez verdaderamente fúrica. Internamente, se sentía mal por tener que abandonarla, sabía lo que iba a costarle, aún así no se sentía arrepentido ya que, a pesar de que no siempre lo hiciese ver de ese modo, su hermano menor era su más grande prioridad en el mundo entero, inclusive por encima de sí mismo.

Descendiendo a través de las decenas de pisos llenas de apartamentos, el hombre comenzó a enviar un mensaje por medio del holocomunicador que cargaba dentro de su cerebro desde hacía unos cuantos meses. Rápidamente, por medio de comandos intercerebrales, comenzó a escribir con una caligrafía prediseñada el texto que envió al grupo de amigos, cuyos rostros fueron apareciendo en la mente de él conforme buscaba las claves de sus respectivos holocomunicadores.

-¿Te gusta, amor?-inquirió una voz femenina en otra parte muy distinta de la ciudad.

-Mi vida, es sólo una lámpara; escoge cualquiera-rió él con deleite, sentado en uno de los sofás de exhibición a pesar de la mirada asesina que le lanzaba uno de los encargados de la tienda, no muy contento con que el hombre estuviese acomodado encima de un sillón que tenía una claro letrero marcado a su lado: "No sentarse".

-¿Cualquiera?-escupió ella entre risas-Ahora entiendo por qué tuviste que pagarle a una decoradora...-

-¿Disculpa?-replicó el sujeto de cabello rubio, poniéndose de pié para acercarse a la delgada mujer de hermosos ojos que se encontraba cercana a él-¿Estás insinuando que no tengo gusto?-

-Si el saco te queda...-bromeó la chica, sin moverse un ápice del lugar en el que se encontraba de pié, fingiendo ver el precio de la lámpara de base blanca y pantalla verde que tenía frente a sí, mientras su novio se iba acercando cada vez más a su posición, hasta que estuvieron tan cerca que él pudo rodearla con sus brazos y estrecharla contra su cuerpo.

-Mira, niña...-

Pero, súbitamente, el habla del pequeño baterista se vio interrumpida por el mensaje que se desplegó de manera automática en su cerebro, así como en el de ella, parpadeando intermitentemente, con una estela roja detrás de sí, lo que indicaba que era de suma importancia. Al leerlo, ambos se quedaron estupefactos y, en cuanto sus cerebros lo asimilaron, ambos se echaron a andar a paso rápido hacia el ascensor de la tienda, el cual llevaba al nivel del estacionamiento, donde habían dejado el aerodeslizador convertible de él.

-Entonces, ¿En qué estábamos?-preguntó otra voz, esta vez una masculina, hallándose a pocos metros. En las manos llevaba un platón con cerezas en almíbar y una botella de vino sujeta entre los dedos, mientras se aproximaba a la escultural mujer pelirroja que tenía sentada en uno de los sillones de su apartamento.

-No lo sé-sonrió una mujer con picardía, acomodada en el sofá de gusto minimalista-¿Por qué no me lo recuerdas tú?-

-Todo un placer para mí-alcanzó a responder él con voz seductora, acercándose a la fémina que lo esperaba impaciente; sin embargo, algo distrajo su atención de las esculturales piernas bien torneadas que no podía dejar de mirar desde hacía largo rato. Rápidamente, leyó el mensaje y, a pesar de que no se encontró a sí mismo muy feliz al leer quién lo había enviado, supo que tendría que posponer sus planes: esto le ganaba a cualquier otra cosa que él tuviese que hacer.

-Nena...-expuso él, dirigiéndose con pesar a la dama que lo aguardaba expectante-Creo que vamos a tener que posponer esto... tengo una emergencia-

-¡Uno más, uno más...!-

-¡No, no puede ser! ¡Agh! ¡Maldito Hagen!-exclamó otra voz, en otra parte de la ciudad-¡No! ¡No, no, no...!-

-¡Sí! ¡Jódete cabrón, jódete!-gritaba jubiloso el propietario de una voz diferente, más grave-¿Qué creíste, que te iba a dejar ganar?-

-¡No seas hijo de pu...!-

Repentinamente, ambos hombres, los cuales se encontraban en un sitio infinitamente diferente al de la voz anterior, detuvieron sus juegos para prestarle atención al mensaje que, sin pedirles permiso, se había desplegado dentro de sus mentes, acaparando todos sus sentidos conforme lo leían. Preocupados, ambos se alejaron de la consola de inmediato, dejándola con el juego a medias, mientras se dirigían a la puerta del departamento que llevaban ya largo tiempo compartiendo. En sus mentes, sólo una cosa resonaba: el mensaje, el cual se leía muy claramente. 

"A Bill le sucedió algo."

21 de septiembre de 2011

Canto bajo la lluvia


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Maravillado por todo lo que acababa de ocurrirle, el hombre apenas y podía caminar a causa de la emoción. 

Había aguardado hasta que ella desapareció de su vista, perdiéndose por los corredores entre la gente hasta que finalmente se desvaneció como una mancha borrosa, confundiéndose entre las demás personas que deambulaban por el centro comercial. Atónito ante su suerte, Bill Kaulitz no podía ni moverse en un principio, hasta que finalmente recuperó de manera parcial la razón y se hizo a la idea de que el tiempo no iba a pasar más rápido porque él estuviese allí. 

De hecho, y pensándolo bien, resultaba francamente peligrosa su estadía en aquél lugar, cosa de la que él mismo se dio cuenta y, una vez que hubo soltado un enorme suspiro que asustó a uno o dos individuos que pasaban cerca de él, se echó a andar, dificultosamente por supuesto, en dirección a una de las puertas del local, de las que llevaban al pasillo exterior para, ahí dirigirse completamente dispuesto a regresar a casa y echarse en la cama a suspirar, contemplando mentalmente la imagen fascinante de Alice Project, esperando a que los días pasaran y, cuando él se diera cuenta, el día de la esperada cita hubiese llegado.

Tal era la ensoñación en la que se encontraba sumido, que apenas y se fijó en que había comenzado a llover. Por primera vez en largos años, esto no lo fastidió: por el contrario, lo hizo soltar una carcajada gorjeante de alegría, la cual le salió de entre los labios sin que él pudiese hacer mucho al respecto. Encantado ante la sensación que la risa sincera producía dentro de su organismo, se dedicó a disfrutarla al máximo, mientras gotas de lluvia le escurrían por el rostro, llenando de rocío cada una de sus estéticas y delicadas facciones.

-I'm singing in the rain...! Just singing in the rain!-exclamó Bill Kaulitz, rebosante de felicidad; sin importarle que los demás transeúntes se le quedaran viendo con extrañeza. Acostumbrado, se sintió como la primera vez que se atrevió a ser diferente, hacía ya muchos años atrás. Ahora, mucho más grande y en una situación diferente, se sentía como un niño de nuevo, incrédulo ante su buena fortuna y expectante ante lo que le prometía el futuro. 

-I'm singing in the rain...-repitió él en voz más baja, mientras caminaba hacia el estacionamiento del lugar con ambas manos en los bolsillos del pantalón, la cabeza gacha y el corazón lleno de esperanzas.


19 de septiembre de 2011

Novedosa sensación





De pié en la habitación de decoración minimalista, Tom Kaulitz observó durante largo tiempo a la mujer que tenía sobre su cuerpo: la manera en la que su espalda se arqueaba, el largo de su cabello cayendo por su rostro de facciones divinas cada vez que se alejaba de él para arremeter de nuevo contra sus labios, el brillo fascinante de su piel bronceada y la escultural figura de la que era dueña; todo era suyo.

Lentamente, las manos del hombre se paseaban por cada uno de los rincones del cuerpo de la modelo, la cual sonreía de manera provocativa al mismo tiempo que se dedicaba a hacer lo mismo con él: disfrutaba tocando su ancha espalda, a la cual le gustaba aferrarse y clavar sus pequeñas uñas, dejándole dolorosas marcas al mayor de los hermanos Kaulitz el cual, embelesado ante la maravilla de poder tener entre sus manos a la mujer que deseaba con locura día y noche, apenas y era consciente de estos gestos. Sumido en la tarea de hacer que ella se retorciera de placer en sus brazos, difícilmente tenía espacio dentro de su mente para otra cosa que no fuesen las torneadas piernas, el trasero firme y los senos altivos y llamativos que tanto le gustaban de ella.

Si bien ambos eran conscientes de que no se amaban con locura, sabían que este pequeño fenómeno, el enamoramiento, no iba a quitarles la posibilidad de disfrutar al máximo el sexo, uno de los pocos factores que los mantenían unidos y, además, algo en lo que ambos eran muy buenos. 

Trenzados dentro de la cama de sábanas de seda, Tom sudaba la gota gorda dándose abasto en el cuerpo de  Annya, el cual se retorcía contra el colchón como poseso, aferrando sus manos en cualquier objeto que encontrase a su alcance: almohadas, sábanas, el cabello de él, sus hombros fuertes y llamativos. Sus pequeñas uñas incoloras dejaban marcas por donde pasaban, mientras su rostro se crispaba de sudor al mismo tiempo que su cuerpo se movía sin control, bajo el peso de la figura escultural del hombre que tenía encima, aquél cuyas trenzas se agitaban al compás de los movimientos que hacía, arremetiendo velozmente sobre la pequeña anatomía que, debajo de él, gritaba extasiada de placer.

De repente, al borde del orgasmo, el hermano mayor de Bill Kaulitz sintió algo diferente a cualquier cosa que hubiese experimentado antes: este impulso no nació de su cuerpo, el cual de súbito pareció desconectado de su mente, sino de lo más profundo de él mismo, como si hubiese estado ahí desde antes de su nacimiento y, precisamente en ese momento y lugar, floreciese abriendo todo a su paso. Sin aliento, el hombre se retiró de la mujer que intentaba aprisionarlo entre sus brazos, sintiendo que el aire le faltaba. 

-¡Oye!-exclamó ella, histérica, al ya no sentir el miembro de él entre las piernas; mientras el guitarrista de Tokio Hotel retrocedía, completamente en blanco, hasta sentarse en el borde de la cama.

Dentro de él, en lo más profundo de su mente y su corazón, el rostro de una mujer explotó dentro de su cerebro, inundando su pensamiento con él. Las facciones delicadas, los tremendos ojos azules que parecían capaces de dejar sin aliento a cualquiera, los labios pequeños y sonrosados, la nariz delicada, el cuello largo y estilizado, los hombros frágiles, el talle de apariencia fuerte y al mismo tiempo armonioso: un conjunto angelical. Aún así, no era el rostro perfecto o el cuerpo de desmayo lo que habían llamado la atención del afamado músico tanto como el sentimiento que se enredaba en torno a la criatura, la cual sonreía de manera inocente: una emoción, un éxtasis y al mismo tiempo una locura sin precedentes que, al parecer, no provenían de él mismo sino de alguien más, un hombre que no podía sacarla de su cabeza, por más que lo intentaba.

-Me tengo que ir-susurró él sin aliento, levantándose de la cama, impulsándose con ambas manos del reborde del colchón. Desnuda en medio del revoltijo de sábanas y almohadones desperdigados, la pequeña y hermosa humana lo observaba sin palabras.

-¿Perdón?-escupió indignada, creyendo que estaba soñando. ¿Dejarla plantada? ¿En pleno acto sexual? ¿A ella?

-Tengo que irme-le repitió Tom sin mayor embaro, buscando por la habitación su ropa-Sucedió algo y... es una emergencia-

-¿Una emergencia?-inquirió entre risas irónicas la mujer, levantándose a medias de la cama-¿De qué carajo estás hablando? Vuelve aquí inmediatamente antes de que cambie de opinión-

-De verdad, necesito salir de aquí-expresó él, ya medio vestido, caminando hacia el pasillo con el torso aún desnudo-Es... es mi hermano, algo le sucedió y... no me explico qué es-

-¿Y me vas a dejar por eso?-insistió Annya, cada vez más fastidiada.

-Tengo que-replicó en tono de disculpa el hermano mayor de Bill, tomando sus cosas-Te llamo después, ¿Está bien?-

-¿Es...? ¿Está bien?-repitió la chica las últimas palabras de su novio.

-Nos vemos luego-fue lo último que él alcanzó a decirle, sin nada más en la mente que el rostro de la mujer y el sentimiento que, bien sabía, pertenecía a su hermano gemelo. ¿Quién era ella?


16 de septiembre de 2011

Caer enamorado


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...

Enamorarse es sentirse encantado por algo, y algo sólo puede encantar si es o parece ser perfección.

José Ortega Y Gasset

 ...


De pié uno frente al otro, se miraron largamente, sus pupilas clavadas en los ojos del contrario. Él, sumergiéndose lentamente en los ojos azules de ella, los cuales le parecían el mar más exquisito y apacible que en toda su vida hubiese podido conocer. Mientras tanto, ella se deleitaba adentrándose en los iris achocolatados del hombre, las cuales le parecían la escencia más dulce y exquisitamente abrumadora de la que alguna vez hubiese tenido conocimiento. La manera en la que ambos perdieron momentáneamente la respiración, la aceleración repentina de los compases de sus corazones así como la extraña ansiedad que sentían el uno por el otro de tomarse en brazos y nunca dejarse ir eran todas características de un solo fenómeno: se habían enamorado.

Extasiados ante la visión del que tenían enfrente, tardaron largos minutos, únicamente observándose entre sí, sonriéndose de manera ocasional cuando las pupilas se cruzaban. Sin aliento, ambos comenzaron a hiperventilar de manera suave, la misma que tarde o temprano se convierte en un suspiro. No fue sino hasta que parecieron despertar a medias de su ensueño cuando finalmente ambos comenzaron a reunir el valor para dirigirse una palabra, aunque ninguno de los dos sabía qué decir.

-Hola-se aventuró a susurrar él, su voz cortada y temblorosa.

-Hola-contestó ella con toda naturalidad, como si se conociesen de  toda la vida.

-¿Cómo te llamas?-le preguntó a la creatura de cabello a la altura del inicio del cuello.

-Alice-enunció la mujer, entrelazando la palabra única con un suspiro que había brotado accidentalmente de entre la bóveda de sus labios-Alice Project-

-Alice Project...-repitió él, sintiéndose un tanto exasperado ante la idea de nombrar "Alice" a alguien que, para él, no era otra cosa que la encarnación humana del sentido de la belleza universal-Tú... creo que sabes quién soy-

-Sí y no-contestó ella, con una enorme sonrisa que le surgió sin que pudiese hacer algo al respecto-Sé que eres alguien especial, importante. El problema es que no conozco absolutamente nada de ti-

Sorprendido, Bill Kaulitz se sintió anonadado ante el hecho de conocer a alguien que no supiese su nombre en tiempos en los cuales él era una de las mayores personalidades del espectáculo internacional; su rostro aparecía por todas partes, era la imagen de cantidad de marcas trasnacionales y gozaba de fama mundial: era increíble que ella no lo reconociese.

Internamente, no pudo evitar sentir su ego un tanto dolido, casi estupefacto ante el hecho de no ser tan afamado como pensaba, por otra parte, su corazón brincaba de alegría ante el insólito suceso de haberse encontrado a alguien que no conociese su fama y su fortuna y, de tal manera, pudiera enamorarse de él por su personalidad más que por sus logros.

-Eso se puede arreglar-sonrió el pelinegro, exhibiendo su perlada hilera de dientes perfectos enmarcados por sus labios delgados y sonrosados-¿Qué estás haciendo, exactamente,  Alice Project?-

-Perdiendo el tiempo-contestó ella con toda naturalidad, devolviéndole la sonrisa a su encantador interlocutor.

-Vaya suerte la tuya-replicó el hombre, metiéndose ambas manos en los bolsillos del ajustado pantalón de mezclilla-Ya quisiera yo tener tiempo para perder-

-Lo tienes-replicó la delgada y alta mujer con seguridad-¿Quieres comprobarlo?-

-Claro que sí-sonrió Bill, ante la posibilidad de una cita inesperada con Alice.

-Entonces...-

Pero, súbitamente, Alice se vio interrumpida por un mensaje de Briant, el cual era para avisarle que iba a salir más temprano y, por lo tanto, le gustaría que saliesen a comer juntos. Entusiasmada ante la idea de ver al que era el amor de su vida, mas contrariada por las ganas castigantes que sentía por pasar tiempo con Bill, súbitamente la mujer se halló a sí misma en una encrucijada. Sin embargo, la respuesta al dilema era evidente: prefería a Briant sobre cualquier otro ser existente.

-Oh... lo lamento...-se excusó ella, ante la mirada súbitamente decepcionada del hombre que tenía enfrente, el cual había bajado la mirada y jugueteaba, golpeteando lentamente el suelo de mármol pulido con su pié-Acabo de recibir un mensaje y... bueno, creo que tendremos que perder el tiempo juntos en otra ocasión-

-Sí, claro.... yo... entiendo-sonrió él, mostrándose comprensivo: ya le parecía demasiado bueno para ser verdad.

-¡Pero...!-exclamó ella-Nos veremos. ¿Vienes mucho por aquí?-

-No en realidad-sonrió Bill en respuesta: era la primera vez que se paseaba por aquél sitio-Pero si quieres, podemos quedar para vernos por aquí cualquier día de estos-

-Próximo martes, dos de la tarde-enunció la criatura de brillantes ojos azules, sonriendo de manera deslumbrante-¿Está bien?-

-Está perfecto-replicó el vocalista de Tokio Hotel, casi sin aliento-Nos vemos-

-Nos vemos-se despidió Alice, acercándose a él para despedirse del hombre con un beso en su mejilla tersa.

Al contacto, ambos sintieron una especie de corriente eléctrica que les recorrió todo el cuerpo en menos de un parpadeo. Sorprendida, la humanoide se moría de ganas por experimentarlo otra vez, mas no contaba con la confianza suficiente como para hacerlo, pensando que Bill se lo tomaría a mal así que únicamente volvió a despedirse con un gesto de la mano, alejándose ruborizada por el mismo pasillo por el que había entrado. Mientras tanto, él suspiraba inaudiblemente, sumido en mil y un emociones al mismo tiempo que su corazón palpitaba enloquecido, aturdido por la visión de la humanoide.



14 de septiembre de 2011

Abandonado


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De pié en la puerta de la sala de juntas, Bill Kaulitz observó a todos y cada uno de sus amigos, conocidos y gente que no le importaba en lo más absoluto salir los unos junto a los otros: charlando, divagando, pensando en sus pequeños y ambiciosos proyectos mientras él se quedaba completamente solo.

Sabía de antemano que así ocurriría pues, aunque ninguno de ellos se lo hubiese dicho directamente, todos sus amigos tenían planes aquél día, uno de los pocos que tenían disponibles a la semana para hacer lo que les viniera en gana y ninguno de ellos había pensado en él, quien se quedaría consigo mismo como única compañía, a pesar de lo que le hubiese prometido su hermano mayor hacía apenas días atrás. 

Resignado, el vocalista de Tokio Hotel soltó un suspiro por lo bajo, hecho a la idea de que su destino era permanecer solitario, sólo Dios sabía cuanto tiempo, pero en especial aquél día. Cabizbajo, avanzó hasta el nivel de estacionamiento, en donde pidió en silencio que se le trajese su convertible, presionando su pulgar contra el sensor de reconocimiento del edificio y, de ahí, partió con la mente en blanco en busca del centro comercial más cercano, seguido de cerca por su equipo de seguridad privada, para ir a comer algo y buscar el delineador que llevaba necesitando desde hacía semanas, el mismo que Tom le prometió que le regalaría cuando salieran, exactamente, en esa fecha.

Una vez en el lujoso y exclusivo centro comercial, el showman más aclamado de estos últimos años se bajó sin decir palabra de su aerodeslizador alemán para echarse a andar hacia el elevador de cristal que llevaba a la planta baja del enorme complejo, atiborrado de tiendas de renombre. Ahí, se dedicó a vagar por los corredores del lugar como alma en pena, apenas fijándose en la ropa de los aparadores, sin ser consciente de la gente que pasaba a su lado y lo observaba, con aquella mezcla de rechazo y admiración que él ya conocía tan bien.

Asqueado ante las miradas que le dirigían las personas, sintiéndose como animal de exhibición, se metió a la primera tienda departamental que encontró, un SEARS casualmente colocado cerca de donde se encontraba él, en donde el hombre se internó sin darse cuenta en el departamento de decoración de hogar, en el cual, se perdió largamente entre alfombras, lámparas, cuadros... todo aquello que lo cubriese de la vista humana.

Deprimido hasta límites difíciles de comprender, vagaba sin rumbo entre coloridos floreros de brillante vidrio coloreado, apenas mirando el resplandor de los vibrantes objetos que ante él se mostraban, atrayentes a la vista, mientras sus pupilas cansadas recorrían el lugar de manera inconsciente. No fue sino hasta que llegó a una parte del departamento en el cual únicamente se exhibían retratos, cuando realmente fijó su atención en algo: el retrato de una mujer de ojos perdidos y labios rojizos, la cual posaba con el mismo aire ausente y angustiado que el hombre reconoció apenas la miró.

Absorto por la pintura, comenzó a retroceder lentamente, intentando alejarse de ella, mientras por su mente corría la pregunta de si él se vería así también a ojos de otros: tan cansado y casi moribundo. No fue sino parte de un torpe reflejo el que él se girara, intentando apartar de su mente aquella perturbadora imagen cuando, de manera accidental, con su escuálido codo tiró uno de los jarrones, una especie de tarro de color verde manzana, el cual empujó sin querer al momento en el que se giró con brusquedad.

Consciente de lo que había hecho, el cerebro del hombre lo preparó mentalmente para el sonido que escucharía a continuación: la armoniosa e irrepetible melodía de un cristal rompiéndose en mil pedazos, la destrucción encarnada en una indescriptible sinfonía. En un intento de atraparlo en el aire, el hombre se volvió hacia el punto donde sintió el aire moverse con mayor velocidad, mientras el jarrón caía a través de él.

Y entonces, la encontró.


12 de septiembre de 2011

Utópica


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Lentamente, abrió sus ojos, uno a la vez, mientras una luz cegadora abrasaba sus párpados con un calor tibio. Torpemente, comenzó a parpadear desconcertada, sin tener ni idea de qué era aquella luminosidad que parecía provenir de todas partes, delante de ella. Poco a poco, se fue levantando, apoyada sobre sus manos, hasta que finalmente quedó sentada encima del blando colchón cubierto de suaves cobijas, el mismo lugar en el cual se había echado a dormir, horas atrás. Durante unos segundos, en los cuales comenzó a recuperar la consciencia de quién era y dónde estaba, se sintió ofuscada, pues nunca antes había despertado así; ya repuesta, un único pensamiento fue el que ocupó su mente durante los segundos que le siguieron a aquellos.

-Tengo que salir-se dijo a sí misma.

Vestuario de Alice
De pié en la calle, Alice Project observaba atónita todo cuanto se cernía a su alrededor. Desde que salió por la puerta principal de su apartamento, aquello que se encontraba a su paso le parecía maravilloso y sorprendente. Fue su instinto, más que nada, lo que la guió, hasta que logró salir del complejo edificio, el único que conocía, para así lanzarse a la calle, andando cómodamente sobre unos tacones de cuero color marrón, los cuales había encontrado dentro de uno de los armarios del departamento.

Así, avanzando por las calles llenas de personas, la humanoide se sentía absolutamente fascinada por todo cuanto se le cruzaba enfrente, inclusive la gente misma le parecía un acto de fantasía, algo irreal, con sus expresiones cansadas o sus rostros sonrientes, algunos dirigiéndose hacia sus empleos y otros trabajando ya. El paso de los aerodeslizadores junto a ella por la calle le parecía algo sorprendente, e internamente no dejaba de maravillarse ante el hecho de que estos levitaran por encima del suelo, aún aquellos que eran de gran tamaño y contenían cantidades considerables de personas.

Por otra parte, algo que también la sorprendía acerca de ese mundo nuevo y extraño eran los olores, los colores. De pié frente a un aparador, en el cual un maniquí-androide se movía con gracia como si atrapara mariposas dentro del vidrio que lo contenía, Alice se decidió a entrar en un complejo de tiendas, el cual su mente identificó inmediatamente con una palabra: centro comercial. Maravillada, la humanoide entró a cada uno de los locales que encontró abierto, tardándose mirando ropa, percibiendo el suave aroma que emanaba de los frascos contenidos en las perfumerías, con la boca haciéndosele agua cuando llegaba a captar el olor sutil de algún alimento perteneciente a los restaurantes aledaños a los locales de compras. Atraída por un letrero en específico, la humanoide entró en lo que le pareció una enorme tienda departamental, llena de diferentes secciones mas no todas llamaron su atención tanto como lo hizo un letrero que ella vislumbró en un plano interactivo, una señalización marcada como "Hogar".

Consciente de que "hogar" era una palabra que Alice había escuchado ya en muchos lados, e igual jamás la había comprendido del todo, la curiosa mujer comenzó a avanzar en la dirección que el mismo edificio le indicaba para dirigirse a aquella zona que le resultaba a ella tan inverosímil. Una vez que hubo llegado a este punto, no pudo evitar sentirse un tanto desilusionada, pues el hogar que ella pensaba encontrar, un sitio lleno de niños, de personas alegres y risas sin par, resultó ser nada más y nada menos que un compilado de objetos para decorar las viviendas en las que los humanos se alojaban. Reconfortada ante la idea de buscar allí elementos con los cual decorar su propia morada, la chica se internó en el mar de telas para cortina de todos los colores imaginables por el hombre, de vasijas llenas de escenas cotidianas de hacía siglos y mostradores con vidrios de cristal diáfano.

Avanzando por los pasillos, Alice iba recobrando poco a poco la fascinación que había sentido en un principio al contemplar la enorme cantidad de objetos de diferentes formas, texturas y colores que había frente a ella. Sorprendida, no dejaba de experimentar una oleada de emociones distintas cada vez que se topaba con una nueva pintura, así como tampoco perdía el encanto al sentir el tacto de cuanta tela se encontraba. Inclusive, la mujer de cabello color carbono y labios pequeños se sorprendió a sí misma al hallarse riendo de felicidad, sentada en diferentes divanes o sillones que se encontraba a su paso.

Encantada con aquél lugar, era como si no quisiera irse nunca. Avanzando a través de un nuevo pasillo, uno que recientemente había descubierto, de repente sintió el aire a su alrededor, en una parte cercana a su cintura, moverse de manera demasiado precipitada, tal y como sólo un objeto cayendo a través de él podía moverlo. Por puro impulso, se giró inmediatamente, extendiendo los brazos a la altura y en el ángulo idóneo para atrapar el tarro de tacto frío y resbaladizo entre sus manos, antes de tomarlo con seguridad entre sus dedos. Lentamente, comenzó a levantarse, cuidadosa de no volverlo a tirar, para devolverlo a su sitio original. Fue cuando ya se encontraba completamente erguida, con la mirada aún fija en el suelo, cuando al levantar la vista se lo topó de lleno, su imagen alborotando por completo al resto de sus sentidos mientras su corazón latía de una manera frenética e imparable.

Internamente, el cuerpo de Alice Project experimentó aquél cambio que todos los seres humanos, sin excepción, llegamos a percibir una vez en nuestras vidas: se enamoró a primera vista.



9 de septiembre de 2011

Demasiado intolerante



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Molesto ante las intromisiones de su gemelo en su ocupada vida privada, Tom Kaulitz únicamente le dedicó un bufido de fastidio a su hermano menor antes de presionar el botón en el cual se leía "Estacionamiento" en el panel de control del ascensor del edificio.

Harto de que no sólo Bill sino todo su grupo de amigos intetara meterse en sus asuntos, el hombre de ojos castaños y trenzas negras comenzó a preguntarse por qué simplemente sus allegados no podían entender que lo que sentía por una de las modelos más hermosas del mundo hacía que se perdiera comidas con ellos, salidas con sus padres, tiempo de calidad con su hermano e incluso contratos importantes con diferentes marcas y sellos discográficos dada su recién adquirida impuntualidad y falta de compromiso, eso sí, lo que nadie era capaz de entender es que el tiempo de Annya Nikova, alguien que se la pasaba volando de un país al otro la mayoría del tiempo, le parecía preciado al guitarrista de Tokio Hotel, especialmente aquél que podía brindarle a él.

Preguntándose internamente cómo todos los suyos podían ser tan irrascibles, apenas y se dio cuenta cuando el cubículo del elevador emitió un pitido musical, el cual le indicaba que finalmente había llegado al piso en el cual se guardaban los aerodeslizadores propiedad de los inquilinos del carísimo edificio de departamentos de lujo. Pensando cuidadosamente en las tácticas a las que tendría que recurrir para convencer a Bill de que volviera a estar de su lado y no en su contra, el alto hombre se dio cuenta, por un ínfimo instante, que el hecho de salir con Annya le estaba brindando problemas que no tenía cuando estaba solo o, en todo caso, cuando de cuando en cuando se iba de cita con alguna novia ocasional, pero no hubo acabado de llegarle el pensamiento a la cabeza cuando rápidamente él mismo lo  borró de su mente, diciéndose a sí mismo que eso era ridículo. 

Era cierto: tenía más complicaciones ahora que las sufridas anteriormente, no sólo en el campo emocional de su vida, pero él mismo las aceptaba como algo natural. Pensaba, equivocadamente, que para que el amor fuese verdadero tenía que existir cierto dramatismo en él: ya fuese encarnado como largas distancias entre los amantes o en forma de rechazo social. Para Tom Kaulitz, todas las penurias que atravesaba por pasar aunque fuesen cinco minutos con la que era la luz de sus ojos valían la pena. Es más, le parecían pocas. Se consideraba a sí mismo privilegiado por el hecho de tener una dificultad tan "minúscula" como lo era su familia y agradecia inmensamente que no fuese otra cosa, como una enfermedad o un impedimento económico.

Alegre ante la perspectiva de que ganaba con Annya más de lo que perdía con sus amigos y su hermano, el guitarrista de Tokio Hotel se subió feliz a su aerodeslizador, el cual mandó a traer colocando su dedo pulgar en un contacto táctil de reconocimiento por huella digital. Ahí, encendió el motor, ansioso por finalmente llegar al pent house de ella, para tomarla entre sus brazos y hacer con ella aquellas cosas que Bill le había arrebatado el día anterior con su llamada.

-¿Annie?-preguntó la masculina voz a través del holocomunicador, al darse cuenta de que la mujer de la imagen no lo observaba a él en absoluto.

-¿Qué quieres, Thomas?-respondió ella con desdén-Y ya te dije un millón de veces que no me llames "Annie"-

-Lo siento, cielo-se disculpó él-Lo que pasa es que iba para tu casa y me preguntaba si nosotros... si podríamos...-

-Apúrate antes de que cambie de opinión-sentenció Annya Nikova, antes de cortar la holollamada.


7 de septiembre de 2011

Nadie comprende



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Acostado en su cama, Bill Kaulitz únicamente escuchó el pitido del despertador que había programado dentro de su cabeza y, asustado, pegó un brinco a causa del sobresalto. Aturdido, miró al reloj para darse cuenta de que no era la alarma que él había configurado hacía semanas atrás, sino un mensaje de Georg; para su sorpresa, no sólo la alarma se había desactivado, sino que ya era tardísimo y, para esas horas, él ya debería haber estado sentado en una junta con CherryTree y Universal, para discutir los términos de su nuevo disco.

-¡Maldita sea...!-gritó el vocalista, antes de levantarse de un salto de la cama. Como pudo, avanzó a trompicones hasta el vestidor, medio dormido y medio despierto al mismo tiempo, buscando entre los cajones algo decente que ponerse.

Para su buena suerte, inmediatamente halló unos jeans que le resultaban de lo más cómodos, se los puso junto con una playera gris de rayas que encontró a primera mano, se colocó por encima una sudadera cualquiera y salió, su cabello despeinado y su cara sin lavar, a la cocina, dispuesto a comer algo antes de hacer cualquier otra cosa, pues su estómago rugía de hambre.

Ahí, se apresuró a apenas tomarse un vaso de leche, que sacó del refrigerador que él mismo había llenado de víveres la semana pasada, y se preparó un baguel rápido. Apenas había acabado de colocar la tapa del mismo, Tom salió del pasillo que llevaba a su recámara, medio corriendo y medio caminando, volteando hacia todos lados como despistado.

-¿No viste mi saco?-le espetó a Bill, sin siquiera volverse a mirarlo, mientras oteaba por toda la habitación en busca de su saco favorito: un enorme DsQuared2 negro.

-No-le respondió el pelinegro a su hermano mayor-¿Te lo vas a poner para ir a la junta?-

Cocina de los Kaulitz
-¿Qué junta?-exclamó Tom, observando al hombre en la cocina como si éste hubiese perdido el juicio-¿De qué hablas?-

-De la junta que tenemos hoy con CherryTree y Universal-le recordó el menor de los hermanos Kaulitz, al borde de su tolerancia-Te insistí en que no la fueras a olvidar toda la semana pasada, es muy importante para la banda-

-¡Agh! ¡Carajo! ¡Es cierto!-maldijo Tom, cerrando los ojos fuertemente a causa de la frustración que sentía, mientras se daba un golpe en la frente con la palma de su mano-Lo olvidé por completo: no voy a poder ir-

-¿Qué?-escupió Bill, fastidiado de verdad-¡Thomas! ¡Te lo dije!-

-¡Tengo otro compromiso!-se excusó el guitarrista de Tokio Hotel-¡Lo siento mucho! Ve tú-

-¡Siempre voy yo!-se quejó el delgado hombre, el mismo que sostenía un vaso con leche entre sus manos-¡No me digas que ni siquiera vas a...!-

-¡Me tengo que ir!-gruñó Tom, sabiendo que Bill iba a comenzar a recriminarle más cosas. Olvidando el saco por completo, abandonó el departamento sin siquiera despedirse, dejando atrás a su hermano con las palabras en la boca.

-Siempre es un placer conversar contigo-musitó resentidamente Bill, una vez que se hubo quedado solo. Sabiendo que no tenía tiempo ya ni siquiera para esas cosas, se terminó de tragar el bocado que se había metido a la boca y corrió a lavarse los dientes antes de salir por el mismo ascensor que había utilizado su hermano apenas minutos atrás.

Enfadado, el vocalista de Tokio Hotel no podía entender cómo, de los últimos meses hacia la fecha, su gemelo se había convertido en todo un imbécil, por llamarlo de manera cordial. Desde que salía con Annya Nikova, sus preocupaciones y prioridades habían cambiado por completo y ahora no se aparecía por el estudio para grabar si no era porque su novia estaba muy ocupada para verlo, indispuesta o porque salía de viaje cada cinco minutos. Frustrados, los demás miembros de la banda se lo recriminaban al mayor de los hermanos Kaulitz cada que podían, sin embargo, a éste parecía no importarle, ya que seguía haciendo de las suyas faltando a los ensayos, a las grabaciones, no apareciéndose a las entrevistas ni a las firmas de autógrafos.

Resignado, Bill soltó un suspiro por lo bajo, sabiendo que, por el momento, las cosas no iban a cambiar y su hermano, el mismo que le había prometido hacía dos noches que ya iba a cambiar, además de que lo iba a acompañar ese día a la junta y después a buscarse un nuevo delineador, simplemente había vuelto a ser el mismo de antes, la mascota de Annya Nikova.


5 de septiembre de 2011

Refugio





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De pié frente a un enorme edificio que se extendía delante de ellos tanto como lo permitía la vista, ambos humanoides observaron anonadados el magno complejo de paredes cristalinas y jardincitos aéreos. Sin aliento, se miraron el uno al otro, la ilusión escrita en sus rostros.

-¿Crees que sea...?-

-¿Por qué nos habría traído el aerodeslizador aquí entonces?-inquirió Alice, contestando de alguna manera la pregunta de Briant. Sonrientes, ambos se volvieron para observar de nuevo el bloque reluciente.

Edficio Adhler
-¿Señor Project?-llamó una voz a Briant; la voz de un hombre pequeño, un tanto calvo y rechoncho que se aproximó a ellos dos, entornando la mirada para visualizarlos bien con sus ojos cansados.

-Ehmm... ¿Sí?-contestó el humanoide, sin saber bien qué decir. Internamente, supo que debía mantener la calma, así como intentar responder a todas las preguntas que se le hiciesen.

-¡Señor Project!-exclamó el hombre, avanzando hacia ellos a paso apresurado, hasta que finalmente estuvieron frente a frente. Ahí, estrechó animadamente la mano de él, para después tomar la de Alice y saludarla de igual manera-Me informaron de su llegada hace dos horas. Su mobiliario llegó desde la semana pasada, así que ya está completamente instalado. ¿Hay algo en lo que le pueda servir?-

-Eh... sí-replicó Briant, sin entender una sola palabra de lo que el sujeto había dicho-¿Dónde se encuentran aquí los ascensores?-

-En el recibidor, señor-le sonrió el sujetillo al hombre de casi dos metros de altura, observándolo de manera humilde. Complacido ante la actitud del pequeño humano que tenía frente a sí, Briant le sonrió en respuesta.

-Gracias-contestó el humanoide, exhibiendo su brillante sonrisa, la cual dejó pasmado al hombre que tenía frente a sí-¿Necesito estacionar yo el aerodeslizador o...?-

-¡No se preocupe de eso, señor Project! En un momento llamamos al encargado-lo interrumpió apresurado el hombrecito-Pase usted, por favor-

Fue así como, encantados ante su primer contacto con humanos comunes y corrientes, tanto Alice como Briant se dirigieron a la entrada principal del magno complejo, introduciéndose por las puertas de cristal en el recibidor donde había una especie de pequeña sala, frente a un mostrador que, suponían, era donde se ubicaba el amable hombre que los había atendido segundos atrás. Sabiendo que tendrían tiempo para mirar todo esto con más detalle, ambos prefirieron pasar de largo e introducirse inmediatamente en el ascensor, el cual los esperaba completamente vacío, con sus puertas metálicas abiertas, aguardando a que ellos quisieran entrar.

Sala de los Project
Expectantes, ambas creaturas se introdujeron en el amplio cubículo, el cual comenzó a subir tan pronto como se hubieron sellado las puertas. A diferencia del ascensor de Astrella, este ascendía un poco más despacio, precisamente con el propósito de permitirle a los pasajeros mirar a través de él toda la ciudad de Los Ángeles que se extendía a lo lejos, con sus enormes edificios, sus calles de diseño armonioso, a lo lejos sus casitas suburbanas. Maravillados ante todo lo que veían sus ojos, tanto Alice como Briant no podían darle crédito a todo lo que tenían ante sí. Confinados en Astrella desde el día de su nacimiento, el mundo nunca les había parecido tan enorme y fascinante como lo hacía ahora.

"Bienvenidos a casa, señor y señora Project", interrumpió una voz masculina los pensamientos de ambos humanoides, mientras el ascensor se asentaba en el piso que le correspondía, el cual se marcaba en el indicador como "Pent-house". Impacientes, tanto Alice como Briant descendieron del cubículo en cuanto las puertas se hubieron abierto y ante sus ojos se mostró la estancia más ricamente decorada que habían visto jamás.

Si bien no rebosaba en color, la mayoría de lo que podían ver era de colores blanco, negro o gris, había uno o dos toques de color en lo que les pareció era su sala-recibidor. Floreros, cortinas, cuadros y fotografías: un hogar minimalista en toda su extensión se mostraba ante ellos, incitándolos a vivir ahí. Alegres, ambos humanoides se echaron a correr, cada quien por su lado, revisando toda la casa.

En la cocina, abrieron y cerraron gabinetes, no sin tomarse el tiempo para darse cuenta que éstos se encontraban llenos de toda clase de alimentos, los cuales aguardaban a ser consumidos dentro de frascos, empaques, sobres y cajas. Igualmente, en el refrigerador se maravillaron de encontrar frutas, verduras, frascos llenos de comidas de nombres extraños y diferentes botellas con contenidos brillantes dentro de sí.


Baño de los Project
En el baño, abrieron la regadera, maravillados ante la vision del agua corriente, y olieron las diferentes escencias, jabones y demás utileria de higiene que se les había colocado ahí. Se mojaron, encantados ante el tacto húmedo del agua y sonrieron para sí mismos al probar el dentrífico, cuyo sabor les pareció de lo más extraño.

Saltaron en las camas, en los sofás, acomodaron sus cabezas en los cojines y almohadones que encontraron por toda la casa, se probaron la ropa que había en el enorme vestidor, comieron hasta saciarse y jugaron con las consolas de videojuegos que tenían. Briant se pasó largo rato rasgueando en una guitarra que se encontró en lo que parecía un pequeño estudio, Alice tardó su tiempo mirando por la ventana hacia el horizonte, por donde el sol comenzaba a salir. No fue hasta que se hubieron hartado de explorar el que ahora era su hogar cuando se acostaron, uno junto al otro, en la enorme cama king-size con la que contaban, extasiados ante todas sus nuevas experiencias.

-Vaya...-suspiró Briant, tomando la mano de Alice-Ser humano es... maravilloso-

-Lo sé-contestó ella, cerrando los ojos, incrédula ante tanta dicha-¿Esto será para siempre? ¿Iremos a pasarnos todos los días así?-

-No lo creo-replicó él-Seguramente tenemos que... trabajar o algo así-

-¿En qué iremos a trabajar?-inquirió la mujer, observando a su marido, intrigada ante la idea de una ocupación.

-Mmm... vi unos sobres hace un rato, cerca de la entrada, con nuestros nombres-puntualizó Briant-¿Quieres que vaya por ellos?-

-Si fueras tan amable...-le sonrió ella dulcemente, dándole a él luz verde para que se levantara y, en menos de un segundo, regresara, sin haberse esforzado ni siquiera mínimamente, con ambos sobres en las manos.

-Bien, veamos...-musitó él, dándole a ella en la mano el que tenía escrito "ALICE" en letras de imprenta, mientras revisaba el suyo-Mmm... ¿Qué será "arquitecto"?-
Comedor de los Project

-No tengo idea...-contestó ella, leyendo su propia ficha digital-Búscalo más abajo, ahí debe decir-

-Ah... lo tengo-replicó el hombre, dejándose caer de vuelta en la cama-¡Oye! ¡Que curioso! ¡Voy a construir cosas!-

-¿Cosas?-inquirió la pelinegra-¿Qué cosas?-

-Aquí dice "edificios, residencias, complejos, museos"-leyó Briant en voz alta-Más bien quiere decir que voy a ser... ¡Ah! Ya entendí: me voy a dedicar a planear cómo construir viviendas y ésta clase de sitios-

-Suena bastante interesante-le contestó la delicada creatura que reposaba junto a él-Y te queda bastante bien-

-¿A ti qué te tocó?-preguntó él, aproximándose a la mujer que tanto amaba.

-Aquí dice... "Directora de mercadotecnia"-enunció Alice, extendiéndole la ficha a Briant para que pudiera tomarla entre sus manos-Según esto, tengo que indicarle a la gente cómo inventar cosas-

-¡Oye! También suena bien-se entusiasmó él, leyendo rápidamente todo lo que decía la tableta digital holográfica-¡Y mira! ¡Tenemos el mismo horario! Vamos a poder pasar tiempo juntos-

-Eso es magnífico-sonrió ella, volviéndose hacia él-¿Crees que también nos dejen decorar la casa a nuestro gusto?-

-Supongo que es una posibilidad-sonrió Briant, aproximándose a Alice, al mismo tiempo que dejaba caer la ficha en el mullido colchón-Pero por ahora... creo que debemos descansar-

-Me parece excelente-replicó la mujer, dándole un breve beso en los labios a su compañero, antes de acercarse a él lo suficiente como para abrazarse a su cuerpo, mientras cerraba sus párpados pálidos-Buenas noches...-

-Buenas noches...-repitió él, cerrando también los ojos, dispuesto a dormir, a pesar de que, tras sus espalda, el sol comenzaba a salir.


2 de septiembre de 2011

Mundo exterior





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De pié frente a la puerta principal de Astrella Laboratories, enfundados en gruesos abrigos que apenas y dejaban que se les vieran sus rostros, los estudiantes de Richard Vo, así como el mismo científico, permanecían estáticos, la vista al frente, fija en el helipuerto que había delante de ellos, esperando que en cualquier momento el helicóptero de Dodman Roberts aterrizara en la pista. Apenas habían pasado alrededor de cinco minutos, un ruido semejante al que produce el batir de alas de una libélula se dejó escuchar, acercándose cada vez más a la posición de todos ellos hasta que, finalmente, el armatoste de metal de diseño largo hubo tocado tierra. Atemorizada, Alice tomó por mero impulso la mano de Briant, la cual él le apretó cariñosamente en señal de apoyo.

-Bien, bien, bien...-exclamó la voz, brotando de las profundidades del aparato-Miren quién sabe ser puntual... excelente, Richard; creí que no lo lograrías-

-Ordenes son ordenes, señor-replicó Vo, no sin cierta molestia, ante el tono burlón de Roberts.

-Precisamente-replicó el hombre de negocios, surgiendo finalmente a la luz del helipuerto-¿Están listos?-

-Cuando usted quiera tomarlos-contestó el científico, haciendo tripas de corazón por no caerse a pedazos en ese mismo instante. En respuesta a las palabras de Vo, Roberts sonrió enormemente, ansioso.

-¿Entonces qué estamos esperando?-inquirió en voz más baja y un tono de voz misterioso-Que entren-

Sin comprender mucho de lo que los dos humanos decían, los humanoides se volvieron para ver atemorizados a su creador, el cual se mantenía impasible con la mirada fija en Roberts, quien le sonreía burlonamente.

-¿Maestro...?-musitó Selick, al ver que Vo no se dirigía a ellos.

-Es hora-soltó Vo, con todo el esfuerzo del que fue capaz en aquél momento. Finalmente, sus pupilas se giraron hacia los cuatro paralizados humanoides, los cuales se mantenían en una franja perfectamente alineada frente a él-Tienen que irse, muchachos; nos estaremos viendo pronto-

El momento, el cual de repente se volvió un tanto tenso, no fue otra cosa para los humanoides que la primera despedida que presenciarían en sus vidas. Reticentes a irse, las chicas estuvieron a punto de soltarse a llorar cuando Vo les sonrió condescendientemente a los cuatro, mientras, por dentro, el científico también se encontraba destrozado: se le hacía demasiado difícil verlos partir.

-Está bien-exclamó Redgie con voz fuerte, a pesasr de que por dentro se sintiese un tanto entristecido-Vengan, vámonos ya-

A la orden del que era la cabeza del grupo, los cuatro humanoides se despegaron de su creador sin chistar, aún así caminando lentamente, para dirigirse hacia el punto en el cual Dodman Roberts los esperaba con los brazos cruzados.

-Vaya, ya era hora-se dejó escuchar el director de Astrella, sonriéndoles de manera sardónica a los entristecidos humanoides. Enfadado ante el tono de voz que el hombre utilizó con ellos, Briant lo miró de mala gana, preguntándose cómo un hombre tan despreciable como Roberts podía mandar por encima de alguien admirable como le parecía Richard Vo.

Uno a uno, los humanoides fueron entrando al aparato de metal, de forma alargada y con alas extremadamente delgadas, hasta acomodarse en unos cómodos asientos de tapicería negra, en los cuales se ajustaron el arnés de cinturones de seguridad con los que contaba cada asiento, para después colocarse las máscaras de oxígeno que había para cada uno de ellos. Acomodado entre los cuatro, viajaba Roberts, el cual no podía parar de ver a los frutos de años de inversión, tanto suya como de su padre.

-Agárrense fuerte-se burló Roberts de ellos, sabiendo que era más fácil que a él le sucediese algo que a ellos. Alarmada ante semejante recomendación, Alice se sentía inquieta. Notándolo de inmediato, Briant se acercó a ella para susurrar a su oído.

-No temas-musitó, en un timbre de voz tan bajo, y haciéndolo tan rápido, que Roberts ni siquiera se dio cuenta del intercambio verbal entre ambas creaturas.

Apenas hubo acabado de hablar Briant, cuando los humanoides sintieron un fuerte sacudón, como si un algo invisible hubiese tirado de todas sus extremidades al mismo tiempo. Sorprendidos, se miraron los unos a los otros, sin saber qué hacer. De último recurso, fijaron sus miradas en Roberts, quien parecía de lo más tranquilo. Entonces, mentalmente, cada uno hizo la suposición de que, tal vez, ese pequeño estirón era una parte normal del viaje.

En lo que les parecío poquitísimo tiempo, alrededor de una media hora, los humanoides volvieron a sentir un tirón semejante al de la vez pasada y, esta vez, aproximaron que probablemente se debía a que tal vez ya habían llegado a su destino, cualquiera que éste fuera.

Una vez que se hubieron encontrado en tierra firme, las puertas del transporte en el que viajaban se abrieron, produciendo una serie de chasquidos metálicos tras de sí, dejando entrar a una serie de científicos bastante parecidos a los que había en Astrella, los cuales se aproximaron rápidamente hacia los humanoides.

Ahí, sin darles explicaciones, le brindaron a cada una de las creaturas una especie de estuches plásticos que contenían lo que parecían una serie de delgadas membranas transparentes. Rápidamente, los científicos que se encontraban ahí aleccionaron a los humanoides acerca de cómo colocárselas, en los orificios nasales y en las pupilas, como si fuesen lentes de contacto.

Atentas, cada una de las creaturas obedeció las ordenes que se les brindaron y en menos de cinco minutos ya todos las tenían colocadas. Sin entender por qué debían usarlo, ninguno de ellos se sintió en confianza como para preguntar, y únicamente se dispusieron mentalmente a hacer todo lo que se les pidiese.

-¡Llévenlos adentro!-exclamo Roberts, sonando un tanto constipado-¡Háganles un chequeo rápido para ver si no les afectó la altura o la velocidad! ¡Necesitan estar listos en quince minutos!-


Rápidamente, el grupo de científicos rodeo por completo a los humanoides, acompañados por una serie de hombres trajeados que portaban armas en sus manos. Atemorizados ante la movilización de humanos, los humanoides se miraron los unos a los otros, nerviosos, sintiéndose atacados. Sin saber qué les esperaba, por instinto los cuatro se colocaron en posición defensiva. El ambiente, súbitamente se tornó tenso mientras los desconocidos en bata intentaban tomarle el pulso a las creaturas que se encontraban en el centro de aquél inusual grupo.

-Quítense-ordenó una voz de súbito, haciendo que todo en torno a los humanoides se paralizara. Sorprendidas, las cuatro creaturas, las cuales ya se encontraban listas para atacar, fueron recobrando su postura natural lentamente, tranquilizados por aquella misteriosa voz. 

Súbitamente, como si alguna fuerza invisible los hubiese apartado de ahí, tanto los hombres que portaban armas como los científicos le abrieron paso a una mujer alta, delgada, de rostro pálido y labios sonrosados, los cuales contrastaban enormemente con su cabello pelirrojo. Sonriéndoles de manera misteriosa, extendió una mano hacia los cuatro, dejándolos sin palabras.

-Vengan conmigo-les pidió, hablándoles con una voz inusualmente amable. Como hipnotizados, los cuatro humanoides asintieron todos al mismo tiempo y comenzaron a avanzar, sin siquiera darse cuenta de ello hacia la mujer de bata y pantalón de vestir.

Alexis Blair
-Alexis...-musitó una voz detrás de ellos, llamando la atención de todos los presentes. En una camilla, Dodman Roberts extendía débilmente una de sus manos hacia la misteriosa mujer de cabello color fuego y hermosos ojos verdes-Encárgate de ellos...-

Con una expresión neutral en su rostro de rasgos armoniosos y llamativos, la mujer asintió una única vez, antes de volver a enfocar la mirada en el grupo de creaturas que tenía frente a sí.

-Vámonos-espetó de último, antes de girarse, echándose a andar hacia lo que parecía una pequeña torre en forma circular. Un tanto confundidos, los humanoides la siguieron por puro instinto, introduciéndose junto con ella en un elevador de puertas selladas, el cual, una vez que estuvieron los cinco dentro, se dejó caer como si nada fuese a detenerlo. En cuestión de segundos, los cinco individuos se encontraban cerca de cuarenta metros bajo tierra, en las instalaciones de Astrella Laboratories USA.

-Háganles un chequeo-espetó la mujer, al parecer para nadie en un principio; sin embargo, de repente y saliendo de todos lados, un grupo de científicos, más viejos que los anteriores, comenzaron a rodear a los humanoides, tomándoles sus signos vitales y calculando el grado de desgaste que habrían sufrido durante el vuelo. Para sorpresa de todos los presentes, el daño era inexistente: se encontraban como si nunca hubiesen volado antes.

-Todo en orden, doctora Blair-exclamó uno de los científicos, un hombre de rostro serio y cabello entrecano-Están listos para salir-

-Magnífico-se dejó escuchar de vuelta la mujer, la cual se había perdido del campo de vista de los humanoides durante largo tiempo-Avísenle a Roberts que llegarán al puerto de salida número uno-

-Sí, doctora-enunció el mismo hombre, antes de cerrar sus ojos por un segundo-Mensaje enviado, ¿Algo más que necesite usted?-

-En absoluto-negó la mujer-Que comiencen a subir-

Así fue como, a la orden de los hombres y mujeres que había dentro de la habitación, los humanoides comenzaron a movilizarse hacia el mismo ascensor que los había llevado al lugar en el que se encontraban. En el grupo que conducía a Alice, se encontraba la mujer pelirroja que, al parecer, llevaba la batuta de mando en aquél lugar.

-¿Quién es usted?-le alcanzó a preguntar Alice a la misteriosa fémina, sin que nadie más diese cuenta de ello.

-Alguien que comprende tu situación mejor de lo que puedes imaginar-contestó ella, observando a la humanoide de ojos azules y cabello negro por apenas una micra de segundo, antes de volver a enfocar su mirada al frente-Éxito en su misión-

Y fue así, tan repentina y misteriosamente como apareció en las vidas de los humanoides, como Blair desapareció de ellas. Internados una vez más dentro de aquél cubículo de paredes blancas y luz cegadora brotando de todos lados, los humanoides ascendieron a través de cada uno de los metros que habían descendido, hasta llegar a la superficie terrestre. Ahí, una serie de aerodeslizadores de diferentes colores y modelos los esperaban, junto con un hombre de expresión seria y cabello corto.

-Estamos listos para partir, repito, listos para partir-informó el hombre en voz alta,  como si se dirigiese a alguien más-Implantación iniciada-

-Caballero-se dirigió una voz hacia Briant, la de un hombre un tanto más joven que todos los que habían visto desde que se bajaron del transporte en el que Roberts los había traído-¿Podrían usted y su respectiva pareja acompañarme, por favor?-

-Claro-contestó el humanoide, un tanto perplejo, volviéndose hacia Alice al mismo tiempo que le tendía la mano de manera natural-No hay problema-

De la misma manera, otro joven se aproximó también a Redgie y a Selick, conduciéndolos a un aerodeslizador bastante parecido al de Alice y Briant. Una vez que se encontraron dentro de los vehículos, cada uno de los hombres encargados de colocar a las parejas en sus respectivos aerodeslizadores les explicó de manera fugaz como debían conducirlos. Con su magno intelecto, lo que a muchos humanos les había tomado años asimilar, los humanoides lo habían comprendido en menos de cinco minutos. A la señal de salida, tanto Briant como Redgie colocaron sus respectivos pulgares en los contactos que encendían los automotores y, lentamente, los aerodeslizadores comenzaron a elevarse por encima del suelo, listos para partir. En el GPS que tenía integrado cada uno de los vehículos, venía la dirección a la cual se dirigían.

-¿Crees que sea...?-le preguntó Alice a Briant, mirándolo un tanto confundida pero, al mismo tiempo, entusiasmada.

-Me parece que sí-le contestó él, sin poder evitar sonreír: también se encontraba emocionado.

"Abróchense los cinturones de seguridad", se dejó escuchar una agradable voz femenina dentro de la cabina del aerodeslizador, "Sistema hidráulico encendido, recubriendo vidrios".

-¿Recubriendo...?-inquirió Alice, volteándose hacia los cristales de las ventanas. Lentamente, los nítidos vidrios que permitían mirar hacia afuera se fueron recubriendo de lo que a Alice le pareció una espesa capa de plástico, el cual se adhirió al material como si de agua se tratase, hasta que fue imposible mirar hacia afuera. Encapsulados dentro del aerodeslizador, no quedó disponible ni siquiera el parabrisas, pues no había necesidad de mirar a través de él: el GPS hacía todo el trabajo por el conductor de manera que a este sólo le quedaba cambiar de velocidades y girar el volante de vez en cuando.

Entristecida ante el hecho de no poder ver el mundo que tanto había ansiado conocer, la humanoide preferida del doctor Richard Vo profirió un suspiro anhelante. Inquieto ante la molestia de ella, Briant se volvió a la que era su pareja biológica, para estrechar su mano.

-Ten calma-le pidió, sonriéndole de manera amable-Cuando lleguemos allá seremos libres de salir a conocer todo lo que queramos-

Enternecida por los esfuerzos que hacía él para hacerla sentir mejor, la humanoide se aproximó al chico de ojos nobles para darle un beso en la mejilla, ante lo cual él sonrió aún más ampliamente, estrechando cariñosamente la mano de la chica.

-Vámonos ya o jamás abandonaremos este sitio-sugirió Briant, una vez que ambos se hubieron separado. Con una sonrisa en su rostro, ella asintió rápidamente, antes de volver una vez más la mirada hacia los cristales polarizados, intentando encontrar en ellos algo más que el reflejo de sus rasgos perfectos. Para su sorpresa, la película que recubría su cristal estaba dañada y, curiosa, no se atrevió a contárselo a Briant por miedo a que él le dijera a los encargados del aerodeslizador y se los cambiaran por otro. Fingiendo como que veía su rostro, enfocó sus pupilas en todo lo que había afuera, aquello que súbitamente comenzó a moverse en cuanto Briant pisó el acelerador.

Sorprendida, la mujer de hombros delicados se encontró con que el mundo exterior, aquél que había concebido tal y como se lo habían mostrado las computadoras de Astrella, era muy diferente al que ella había soñado. Conforme cruzaban las calles, hombres y mujeres harapientos aparecían en su campo de visión, deambulando con niños en los brazos, los cuales les colgaban lánguidamente como marionetas sin vida; aún así, ella sabía que se trataba de seres humanos y no de maniquíes por la manera en que su pecho se inflaba y deshinchaba gradualmente, de manera acompasada pero dificultosa, como si les costara trabajo respirar. Rápidamente, la hábil humanoide se dio cuenta de que todas las personas se encaminaban hacia la misma dirección: una pequeña casita apenas iluminada que contaba con un gigante rótulo escrito sobre un trozo de cartón de lo que parecía una caja despedazada: Oxígeno, se leía. 

Inmediatamente, el súper inteligente cerebro de Alice trabajó para mostrarle dentro de su memoria todo lo que sabía del oxígeno. Era indispensable para vivir, formaba parte de cantidad de compuestos químicos, los seres humanos podían morir de hipoxia si no consumían el necesario... en ese caso, Alice no entendía por qué algo tan aparentemente importante como el dichoso oxígeno podía anunciarse en un lugarcito tan humilde. Asustada ante semejante visión, se retiró rápidamente del cristal. Cuando volviera a Astrella, le preguntaría a Vo el por qué de aquella extraña situación. 

En silencio, la aburrida humanoide recargó su cabeza en el hombro de Briant, quien parecía sumamente interesado en sus propios pensamientos, pues no hacía un solo ruido. Al notar el tacto de la piel de Alice sobre la suya, de inmediato él  se removió, desconectándose parcialmente de su mente por un momento, para entablar conversación con ella.

-¿Estás cansada?-le preguntó, asumiendo de inmediato que algo de esa naturaleza debía ocurrirle, pues era lo que había visto en las peliculas que les permitían ver en Astrella. A diferencia de su compañera, la cual se entretenía durante largas horas observando documentales y fotografías, a Briant le gustaba más mirar películas, preferentemente dramas de la vida moderna. De ahí, inquiría todo lo que significaban las acciones involuntarias que tanto él, como sus compañeros, hacían sin pensar.

-No-repuso ella con franqueza, acomodándose correctamente en su asiento-Únicamente estoy aburrida. Pensé que esto sería más... interesante-

-Debe serlo-la animó el hombre de rasgos amables y mirada tierna, observando a la creatura de su delirio, aquella de la cual había caído enamorado apenas se la presentaron-No por nada nuestro padre se emocionaba tanto ante la idea de enviarnos aquí...-

"Destino alcanzado", los interrumpió la voz del aerodeslizador, la misma de hacía poco tiempo, "Desciendan del vehículo, por favor".

Asustados, tanto Alice como Briant se miraron el uno al otro, un tanto atemorizados ante la idea de lo que les aguardaría allá afuera. Al cabo de unos segundos, ambos se tomaron de la mano en un gesto de solemnidad, para después soltarse y salir cada uno por su lado del aerodeslizador.