13 de noviembre de 2011

A ojos vendados





A partir de su primer encuentro, el cual había resultado todo un éxito, las salidas entre Bill y Alice eran casi tan frecuentes como los parpadeos de cada uno. Con el pretexto de que discutían "cosas del trabajo", humano y humanoide salían a desayunar, comer, cenar y, entre las horas en las que no se veían, se buscaban para "salir a tomarse un café". Fascinados ante la relación que se desarrollaba entre ambos, el resto del equipo de la oficina, Martha y los demás Tokio, no decían una sola palabra al respecto.

En un principio, temerosos porque se fuese a pensar algo acerca de ellos, los dos eran muy cautelosos con sus reuniones y, sobre todo, discretos. Al notar que el resto del mundo parecía no darse cuenta de lo que sucedía, fueron ganando libertad conforme pasaban los días, al punto que Alice le decía a Briant que debía "salir a una reunión de negocios" o "quedarse a trabajar hasta tarde" cuando en realidad se encontraba con Bill y los amigos de éste en el club que ellos quisieran frecuentar esa noche. Encantada ante la vida de citas, salidas y lugares nuevos, Alice apenas y podía entender cómo era que se las había ingeniado para vivir antes de toparse con el menor de los hermanos Kaulitz y su variopinto grupo de allegados.

Noche tras noche, ubicados en varias de las mesas V.I.P. de los clubes más exclusivos de todo Los Angeles, se encontraba el grupo de los Tokio, con todos sus integrantes y allegados, pidiendo tragos y bailando al son de la música que, brotando de cada esquina del local, los convertía en sus esclavos. El primero de estos encuentros, como siempre, Bill se había negado a bailar ante la invitación que una animada Alice le hizo. Sorprendidos, sus amigos se quedaron sin palabras cuando vieron, al cabo de unos cuantos minutos, que el cantante cedía ante las súplicas de la mujer que traía de acompañante. De pié a la mitad del cuadrángulo fuertemente iluminado, un apenado Bill Kaulitz apenas y se movía al lado de la ondulante figura de Alice, la cual se retorcía de manera sensual y llamativa junto a él.

-Déjate llevar-le sugirió ella entre risas, al verlo tan rígido-Relájate-

-Es que... no puedo-confesó el músico, dándose por vencido al mismo tiempo que se quedaba pasmado a la mitad de la pista.

-Claro que puedes-sonrió la humanoide, antes de tomar la mano del menor de los hermanos Kaulitz entre la suya. Este gesto, que a cualquier otro le hubiese parecido cosa de nada, para Bill implicó el mundo entero y, apenado, se sonrojó de inmediato-Mírame-

Lentamente, la delgada criatura se fue acercando poco a poco al nervioso vocalista, cuyo cuerpo enviaba oleadas de calor frenético al verse tan cerca de la mujer de sus sueños. Cuando la hermosa publicista de cabello negro se hubo sentido lo suficientemente próxima a él, lo tomó de la otra de sus manos, haciendo que los cuerpos de ambos entraran en contacto. Ahí, se dedicó a bailar contra él, contra su ropa, su aroma engatusante. Embriagado ante semejante sensación, el vocalista se dejó llevar lentamente, hasta que, frente a la vista anonadada de todos los presentes, comenzó a bailar de manera natural con una cantidad de ritmo y cadencia impresionantes.

A partir de aquella noche, tanto Alice como Bill apenas y podían esperar para encontrarse cada velada a la luz de los reflectores de las pistas de los clubes, ansiosos por juntar sus cuerpos como lo hacían cuando bailaban. Bastante sorprendidos por este cambio en el comportamiento de su amigo, el resto de los conocidos del líder de Tokio Hotel se encontraban encantados ante la nueva personalidad del cantante, quien cualquier oportunidad que tenía la utilizaba para gastar bromas, cantar en voz alta, reírse o inclusive contar chistes: era de lo mejor.

-¿Qué más se puede pedir?-sonrió Bill Kaulitz una noche, acostado en uno de los sofás de su sala. Sus ojos dulcemente cerrados y su corazón palpitando sereno.


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