2 de enero de 2012

Mentalidad



Mentalidad by Diana Harlu Rivera on Grooveshark 
 
 

Mientras tanto, a muchos kilómetros de distancia, en el soleado estado de Los Angeles, un grupo de amigos se divertía como de costumbre en un costoso y exclusivo club local. Acomodados en asientos de tapicería roja en torno a una mesa rústica de madera obscura, dos de estos sujetos sorbían tragos esporádicos de sus bebidas, las cuales se encontraban en vasos muy decorados frente a ellos. 

Con el ánimo un poco más bajo de lo normal, Georg Hagen Listing se encontraba niñereando a su amigo de la infancia, Bill Kaulitz, en silencio, harto ya de intentar hacerle conversación. Angustiado, lo único en lo que Bill podía pensar era en su novia, Alice Project y dónde se encontraría para esas horas. De manera espaciada, le hacía preguntas a Hagen sobre qué pensaba él que podría estar haciendo o si lo extrañaría tanto como él a ella. Cansado ya de responder a estas interrogantes, el bajista contestaba por pura inercia respuestas ininteligibles que parecían dejar a Bill contento.

Aburrido a morir y harto de ver cómo sus amigos se la pasaban en grande, el bajista de Tokio Hotel decidió que esa noche en específico sería diferente. Abandonaría su papel de "el responsable", "el cauto" para convertirse en "el lobo", "el conquistador" que ninguno de sus amigos pensaba que podría ser. Era cierto, había tenido un par de novias y con una en específico casi había llegado hasta el altar, más él sentía que todas aquellas mujeres no le eran suficiente. No porque las considerase inferiores a él, para nada; simplemente porque no podían soportar su estilo de vida.

Durante los primeros meses, todas parecían muy relajadas. Se la pasaban en grande, disfrutaban que él les llevara toda clase de obsequios y lindos detalles a sus encuentros ocasionales. Jamás llegaban a vivir con él, siempre recluídas en un departamento que él les regalaba de buena gana. A excepción de Lila, la única chica que de verdad había valido la pena para él, todas sus novias se habían quedado relegadas a sus propias paredes, la decoración que ellas escogían. Cuando Lila se mudó con él, no le tomó ni cinco días salirse del penthouse californiano del músico con la excusa de que "se sentía muy abandonada" y "no podía ser parte del desorden que formaba su vida". Así, la única novia en serio que Hagen había tenido desapareció de su vida tal y como entró, dejando un vacío como ninguna otra.

Desde entonces, su fe en el amor había decaído notablemente y a pesar de que vivía con la esperanza de encontrar a su doncella ideal, cada día le parecía más complicado. Sabía, como el resto de sus amigos, que alrededor de un ochenta por ciento de las mujeres que se le acercaban cada día, en el trabajo o por cualquier otra parte, lo buscaban con motivo de pegarse a su fama, la cual le había costado demasiado esfuerzo forjar. Por lo mismo, se andaba cauteloso en cuanto a asuntos de mujeres se refería.

Ahora, acomodado en ese bar, pensaba, por una vez, en deshacerse de esos miedos que en aquél momento llegó a considerar absurdos. Era famoso, ¿No? ¿Y no uno de los objetivos de la fama era atraer mujeres? Harto de que sus demás amigos lo trajeran de bajada con la frase de que "no ligaba ni un resfriado", decidió ponerse la cachucha de experto, que hacía ya cierto tiempo no utilizaba, para salir a pescar a alguien con quién pasar la noche. En un único movimiento, se puso de pié sin pensarlo dos veces, temeroso a arrepentirse. Sentada a su lado, se encontraba la novia de su colega y compinche Gustav Klaus, Phoebe Hoffman.

-Cuídalo tantito-le pidió Hagen a Phoebe, sin espera a que esta contestara. Decidido, comenzó a avanzar hacia el bar, hacia una rubia que desde hacía rato le había llamado la atención y que, para mejor, parecía también estar interesada en él.

Con su seguridad al máximo, se aproximó lo suficiente como para aspirar el aroma salino a agua de mar de la mujer, combinado con un suave perfume de notas amaderadas. Lentamente, la chica de ojos verdes y sonrisa coqueta se volvió poco a poco, enfocándolo en sus atrapantes iris color bosque.

-¿Sí?-musitó ella insegura, al observar a semejante espécimen masculino tan cercano a ella.

-Buenas noches-contestó de manera cortés-Mi nombre es Georg. Georg Listing; creo que habrás escuchado de mí. Llevo un rato observándote y me pareces una mujer... interesante-

-Vaya...-sonrió la chica, mostrándole su perlada hilera de dientes perfectamente alineados-¿Pero qué tenemos aquí? ¿Hay algo en lo que pueda ayudarlo, señor Listing?-

-De hecho, sí lo hay-repuso él, recargándose en la barra que había a su lado de manera casual-Puedes permitirme que te compre un trago, charlar un rato conmigo en una mesa que tengo por allí y luego... luego ya veremos qué pasa-

Emocionada ante semejante propuesta y formulada por un sujeto como ese, a la rubia no le tomó más de dos segundos hacerle un gesto a su amiga de turno para que se apartara de allí, dejándolos solos al bajista y a ella. Lentamente, fue girando su cuerpo y moviéndolo de manera que la figura viril de Listing se encontraba tremendamente cercano al de la mujercita, quien, al parecer, no era nada cohibida.

-¿Interpreto eso como un sí?-inquirió el músico, observando la manera en la que la muñeca de labios rojos y nariz respingada se metía entre sus brazos.

-¿Por qué no?-replicó la dama de manera retórica, colocando una de sus manos en el pecho fuerte del alemán quien, de momento, comenzó a sentirse tremendamente nervioso.

-Este... ¿Sabes qué? Estoy recibiendo una llamada en mi holo, ¿Me permites un momento?-se excusó el ruborizado músico, apartándose de allí en un momento. Desapareció para no volver.

-No... no...-repetía Hagen para sí mismo, mientras abandonaba el bar: necesitaba algo de verdad.


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